El Castro de
Vigo: análisis del yacimiento
Historia de la investigación
Los primeros hallazgos arqueológicos en el castro de
Vigo datan de 1928. Se trata de descubrimientos accidentales, con motivo
de la plantación de árboles en la zona NE de la cima del monte (HIDALGO, 1983).
A partir de la localización de estos primeros indicios, la Diputación Provincial
de Pontevedra designó una Comisión para que elaborase un informe sobre los
restos y su posible relevancia científica. Se encargaron de esta investigación
los reputados intelectuales A. Losada Diéguez, F. López Cuevillas y J.
Filgueira Valverde, colaborando en la misma Castelao como dibujante.
En este momento, los materiales procedentes de
los primeros hallazgos fortuitos se encontraban dispersos en diferentes
instituciones de carácter público o privado, como el Instituto Nacional de Vigo, el Ateneo de
Vigo, el Colegio de los Padres Jesuitas, el Colegio de los Hermanos Maristas o
la colección particular de D. Agustín Tenreiro Mulder, con lo que estos
primeros investigadores del castro de Vigo veían dificultado su estudio
sistemático.
En 1929 visita el yacimiento el prestigioso
prehistoriador Hugo Obermaier, realizando una pequeña prospección en la
que detecta nuevos materiales y estructuras. Algunos años más tarde, en 1941,
el estudioso vigués Pedro Díaz recogió en la vertiente oriental del yacimiento
algunos restos arqueológicos más, depositados en un museo escolar del Colegio
Mazquita de Vigo, y en el Museo Provincial de Pontevedra- aumentando la
expectación ante las posibilidades del castro.
En la década siguiente se inician las excavaciones en
el monte –campaña de 1952- bajo la dirección de J. M. Álvarez
Blázquez, el Delegado local de Excavaciones por aquel entonces. Esta
primera excavación se localiza en la falda NO del monte, que va a ser el área
que se continúe excavando en las sucesivas campañas arqueológicas de este
yacimiento vigués. A finales de la década de los 60, de forma paralela a
las excavaciones, investigadores como el ya citado Pedro Díaz van estudiando
los materiales.
En 1970 se inicia otra campaña de excavación,
continuando los descubrimientos de construcciones castreñas, muros y
materiales. Desde la primera campaña de 1952 y durante la década de los 70, se
sumará al proyecto de investigación Ángel Ilarri Gimeno, el Conservador
del Museo Municipal “Quiñones de León”, dando así comienzo la estrecha
vinculación que unirá al museo con la investigación arqueológica del Monte del
Castro en los años sucesivos.
En 1981 se reanudan las excavaciones, esta vez
mediante el método de excavación en área, comenzando la fase de estudio más
sistemática del yacimiento. Se ocupa ya del castro el Departamento de
Arqueología del museo citado. Desde esta fecha, el director de las diferentes
campañas será José Manuel Hidalgo Cuñarro, autor de la mayoría de las
publicaciones científicas que en relación al castro se pueden consultar hoy en
día. Como ya indicábamos en la introducción, a él tenemos que agradecerle
personalmente la privilegiada visita guiada que nos permitió conocer el
yacimiento “in situ” y comprender de forma más completa las
intervenciones desarrolladas anualmente entre 1981 y 1985.
Las campañas dirigidas por Hidalgo Cuñarro nacieron
con el objetivo de limpiar y consolidar las estructuras ya desenterradas, a la
vez que se realizaban una serie de cortes para intentar establecer una
secuencia estratigráfica. Se comenzó a excavar la ladera Noroeste, en la zona
adyacente a las llevadas a cabo anteriormente. En 1982, se unieron las
dos zonas, que estaban separadas por un espacio de unos 22 metros desde la
campaña de 1981. Fruto de estos años, se descubrieron unas 45 estructuras
pétreas y una ingente cantidad de material, tanto cerámico, como de bronce o de
hierro (HIDALGO, DOMÍNGUEZ y RODRÍGUEZ, 1997). La estratigrafía presentó los
niveles de ocupación mencionados en la contextualización del yacimiento, con
cronologías desde el siglo II a.C. hasta finales del siglo III d.C.
Durante los años 1987 y 1988 se llevaron a cabo
cerca de 100 sondeos por toda la superficie del monte, en especial en la
zona alta y la ladera Este, para detectar por dónde se extendía el yacimiento y
evaluar las condiciones en las que se encontraba. Surgió en este momento la
hipótesis de que la extensión del poblado abarcaría originalmente la cima del
monte, ocupando progresivamente las laderas a medida que crecía la población
(HIDALGO, 1999 A).
Desde 1988, año de las últimas actividades
arqueológicas en el Castro de Vigo, se dará un proceso continuo de degradación
de su entorno, aproximándose poco a poco a la pésima situación de conservación
que lo caracteriza en la actualidad, de la que hablaremos más adelante.
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